jueves, 18 de septiembre de 2008

Notas de una poética (dañada).

Para la revista Plebella (¡gracias, Romina, por la invitación!)

... al sanatorio y ¡crash!
violenta en la gracia, sea: herirle e iluminarle, herirlo
e iluminarlo, herirla e iluminarla
herir es fácil y los ladridos del cisne son como sueños
(de la rojita)

Me gusta la música de intensidad corporal. Creo que se trataría del único rasgo de Nietzsche que pudiera yo tener. La música tiene que apelar al cuerpo, llamar al baile; así se tratara del serialismo integral más zarpado: tiene que haber una tibieza (de cumbia, de noche linda); porque si no, no me pega, no me gusta.
En la poesía, una intensidad similar: la fría luz de la inteligencia, y la llama que te arde.

Soy poeta a fuerza de trabajar, de escarbar en todas las direcciones la voz. Tiene que estar por ahí, tiene que salir. A veces iba caminando por la calle y me sentía temblar. Eso es la poesía, esa calentura que tenés ahí -me decía- es poesía.

Mi escritura es, por definición, femenina. De varón, soy deudor del macho joven.
Quiero la belleza de algunos cuerpos fuertes. La Tigresa Acuña. En ese espacio transexual soy uno de las mejores poetas de mi generación.

El poema la rojita trata sobre la vida de una chica del suburbano.

Mi poesía dice “oh” y no importa. El mundo, lo Real, no dice “oh”, ¿pero qué importa? La poesía es como un hospital. ¿Existen los hospitales fuera de los hospitales?, ¿hay un árbol-hospital, por ejemplo? La poesía no es un hospital. Hay frases-hospitales, un discurso hospitalario.

El papá de Guido Cavalcanti llora en su morada de muerte eterna por la noticia de la muerte de su hijo. Los brillos de la luz en el rostro de Beatrice.

Mi mente es un capricho. ¡Caprichosa! Crecí viendo la pantera rosa, tomando cerveza en Adrogué. Tengo mundos imaginarios en mi cabeza: Rusia, por ejemplo; los relatos maravillosos recopilados por los Grimm -a cada niña o niño que veo me le imagino perdido en un bosque. ¡Los bosques, la ecología! Crecí viendo los dibujos de Walt Disney, pude acceder a ¡Walter Benjamin! Digamos que mi mente es el producto deforme del milenio pasado. De niño me obsesionaba la basura, la superpoblación, los terremotos, las cirugías a corazón abierto: todo el imaginario de los documentales. Esos relatos. ¡ABBA! y al cor gentil ripara sempre Amore. El río Amazonas. Hoy: internet, las últimas mutaciones de las escrituras y las imágenes (¡lo qué dé la corp.!).

Aunque a veces la hago muy lírica -¡qué desastre-, quiero ser más, más podrido!
Quiero ser Safo. Como tod*s. Quiero ser Pasolini. Amar y ser amado.

Es muy irreal. Cuando hablo con pibes de quince años que viven en institutos de menores o en la calle pienso “¿qué puedo hacer?”. No sé. Creo que la poesía barroca. Esa barroca que no existe pero es sugerida por las variaciones americanas. La barroca que representa el mundo de la pila de expedientes roñosos y también de la exhuberancia (herida) de los cuerpos. La más revulsiva y errática. La nueva.

Aprendí las diferencias que hay entre el evangelio de San Marcos y el de Lucas, o el de San Juan. ¿Y qué? La poesía española es San Juan de la Cruz. Creo que fue el Cántico espiritual el poema que realizó en la cárcel, en pésimas condiciones, y que se lo dictó a unas carmelitas descalzas ni bien hubo escapado.

Mis raíces son nubes. Nadie en mi familia es escritor o escritora. Sí, lector*s. No poseo ninguna -absolutamente ninguna- alcurnia, ni ascendencia, ni pertenencia familiar que quiera destacar como importante en términos humanistas.

La métrica me es indispensable. Con ella realizo la poesía. Aunque la utilice después, aun cuando me castiga. Así se hace la espesura, la anchura y el volumen. Sin ella, no habría mucho más que el capricho. Me ayuda a pensar el verso, a verle el ritmo del mundo, a escandir el revoltijo emotivo.

La poesía es mi educación sentimental. Novias poetas (Natalia), amigas poetas (Roberta), poetas amigas (Gabriela, Fernanda): fueron principalmente (chicas) quienes me enseñaron a escribir. A ellas les debo el tono, la afinación, las palabras, la mirada.

En el año 2000 tiré todo lo que había escrito hasta entonces. Todo. No fue el sincero gesto del adolescente que incendia la educación que recibió o quiere morirse en el fuego de esos papeles. No: no había nada que valiera mucho la pena. El 2001 fue un mazazo en la cabeza. Pienso que lo viví un poco loquito, quedé descentradísimo. Recién en el 2006 escribí algo que me pareció bueno, extraordinario.

Otras personas están haciendo el sacrificio del mundo (tendría que trabajar esta frase...). Otras y otros poetas están escribiendo esa poesía. Deseo conocerles. Que charlemos juntos de, por ejemplo, el hermoso “Simulacra” de Ezra Pound. Y me cuenten cómo hacen para escribir poesías tan hermosas, cómo le rompen el fierro en la cabeza al opresor.

Cuando era niño, en verano, me quedaba abajo del agua. Aguantaba la respiración y, con los ojos cerrados, imaginaba que estaba en algún otro lugar: en el canal de Panamá, en el Río... hasta que volvía a abrir los ojos, y casi sin aire apoyaba los pies en el agua baja de la pileta. Hoy, el agua es más profunda.

La gracia con que andás es
juntar en un mismo trazo
una madonita italiana
toda ojos tiernos hacia abajo y la altanería
de una chica muy canchera
luciendo lo que permanece en belleza
desde que
por decir
caravaggio se murió
o antes de entrar a una discoteca.
(de Viaje a la pantera)